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CUANDO ELLOS NO COLABORAN («Lo que le faltó aprender a Adán y Eva» )

Ninguno de los mitos de nuestra cultura contempla que el hombre colabore con
la mujer en los quehaceres domésticos. Nunca fue costumbre. Quizás por eso, estos años que corren, después de la entrada de la mujer al mundo laboral, son los primeros en los que se ha escuchado a las ellas quejarse y, a veces, exigir al hombre que debe hacer ciertas tareas  en la casa. Y hemos visto a muchos hombres aceptar la propuesta, colaborar aunque sea a regañadientes y con el aumento de la desocupación donde el hombre es la víctima principal y es la mujer la que más encuentra trabajo fuera de casa, estamos viendo que el ocuparse de las tareas domésticas es una tarea más que los hombres a veces deben emprender porque la situación así lo exige.
Por todo esto, quizás haya llegado el momento de crear algún mito nuevo. Porque aunque la mayoría de los hombres se aferren  desesperadamente a sus potentes héroes, ni ellos son los únicos proveedores  ni tampoco pueden cuidar de su familia como lo hacían antes.
La situación ha variado y es necesario replantear cada lugar y función. Ya Hollywood está
 comenzando a dar cuenta de esto. Películas como «Tres hombres y un biberón» o «Kramer versus Kramer», donde los héroes tienen  rasgos tiernos y nutricios, diferentes del hombre recio de la sociedad patriarcal, son claros ejemplos del cambio.
Y el cambio se hacía y aún se hace necesario. Así como no es bueno que sólo el hombre sea el proveedor y si un día falta éste, la mujer queda desamparada, como sucedía hasta hace no muchos años. Tampoco es saludable que la mujer sea la única que pueda ejercer las tareas domésticas y los cuidados a los hijos. Porque en este caso, también, si ella un día no está, el hombre tiene que hacer un sobreesfuerzo de adaptación para cumplir con esto, si es que lo llega a hacer. Una pareja es un equipo  de dos, que se distribuyen funciones, pero que también deberían poder reemplazarse en caso de necesidad y para eso, hay que estar preparado.
Al respecto, hay un antiguo cuento mapuche que da cuenta de cómo a veces hombres y mujeres no viven su relación como de complementariedad sino que se sienten contrincantes y enemigos. Las mujeres utilizaban una máscara para asustar a los hombres y luego, estos, cuando descubrieron el engaño, tomaron la máscara y fueron ellos los que dominaron. La máscara puede ser reemplazada por el dinero o por cualquier otro elemento, no importa qué, sólo es necesario que sirva para detentar el poder y someter al otro.  Lo cierto es que, convencidos de esta superioridad, unos ejercen el poder y los otros se someten a él. Lo interesante es que no importa cuan satisfechos estemos o no con esta creencia, una vez instalada y utilizada como base para ese mito personal, o destino que construimos, le somos fiel más allá de nosotros mismos. Aunque a veces reneguemos conscientemente de ese mito, lo seguimos. La prueba está en que todavía quedan muchos resabios patriarcales y muchos hombres que se resisten a cumplir nuevos roles junto a un buen número de mujeres que se quejan de que sus maridos no colaboran, pero que al criar a sus hijos varones no les exigen las mismas responsabilidades domésticas y de colaboración que sí imponen a sus hijas mujeres.
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Breve historia de tiempos mapuches

 En el comienzo de los tiempos,  las mujeres dominaban el mundo. Habían logrado engañar a los hombres utilizando máscaras con las que los asustaban haciéndose pasar por seres potentes y malignos. Las niñas eran iniciadas en estas artes después de su primera menstruación, y guardaban el secreto durante toda su vida. Pero llegó un día en que un hombre,  escuchándolas hablar, descubrió el engaño y así se lo hizo saber al resto de sus congéneres, que en ese mismo momento decidieron matar a todas las mujeres mayores, dejando solamente a las niñas que todavía no habían sido iniciadas. A partir de entonces, fueron  ellos los que dominaron, armados de las mismas máscaras que antaño usaban ellas.

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Estas consideraciones culturales son fundamentales en un tema que cuando aparece como conflicto en la pareja puede ser una señal de problemas más profundos en la relación, pero a veces, también, es un simple hecho de costumbres y creencias muy arraigado en un mundo que ha cambiado y donde este tipo de comportamientos quedan fuera de época y no se adaptan a las verdaderas necesidades de hombres y mujeres de hoy.
Las siguientes frases son de hombres y mujeres son ejemplos de algunas formas en las que aparece el problema y están tomadas de un taller de reflexión sobre el tema:

– Odio que me diga «te ayudo» como si fuera obligación mía hacer las cosas de la casa. Trabajamos los dos y corresponde que los dos nos ocupemos del hogar.

– Ella no puede exigirme que venga de trabajar y me ocupe de la casa cuando yo trabajo para los dos y ella no hace otra cosa que ser ama de casa.

– Es cierto que ella trabaja, pero su sueldo es mínimo. Sería preferible que se ocupara del hogar. Yo considero que trabajar para ella es un hobby, en cambio, para mí es una obligación. Si no lo hiciera, no podríamos mantenernos. Entonces, que ella se haga cargo de la casa.

Cada uno de estos discursos pertenecen a parejas con mapas diferentes.
En algunos casos,  ellos, más que parejas eran hijos cómodos que se resistían a madurar y el mapa era:

    M/P   como ocurría en el primer caso que él actuaba como si ella fuera también su mamá

En otros, eran ellas las que manipulaban desde el lugar de niñas caprichosas, con un mapa
P/ M  Estas mujeres tienen un comportamiento de hijas adolescentes, que desafían una
           Autoridad que el otro no debería tener,.

Y por último estaban los parejos, pero que aún no habían aprendido a negociar sus espacios, con un mapa

M—P

donde  —- como aclaré en el primer capítulo significa relación conflictiva

Se trataba de un grupo grande de veinte personas. Algunos eran pareja, y otros no. Todos de alguna manera al tener conflictos con el tema, ejercían alguna forma de manipulación. Entonces, los dividí en grupos de cuatro y les repartí roles fijos. Cada uno debía expresarse desde el rol atribuido.
. Los predicadores debían hablar recurriendo a la autoridad exterior, con manifestaciones  del tipo : «Deberías…» «El Dr… dice que…», tratando de demostrar que están en lo cierto a través de explicaciones, cálculos o argumentos lógicos.
. Los inculpadores debían juzgar, intimidar, comparar, quejarse, con frases del tipo «Es tu culpa y vos nunca…» «Vos siempre…» «¿Por qué no…?»
. Los evasivos debían simular que no comprendían, estar tranquilos, cambiar de tema, o aparentar debilidad o desamparo, diciendo «No puedo remediarlo», «No escuché, no sé».
. Los apaciguadores debían intentar suavizar las diferencias, ser simpáticos, protectores y  encubrir con expresiones del tipo: «Estamos básicamente de acuerdo» o «No es tan malo…».

Estos son los cuatro tipos básicos de manipulación y las personas manipulan cuando no saben manejar la realidad tal como es. Suelen ser personas poco flexibles que en lugar de adaptar su respuesta, intentan controlar al otro.
La consigna era que todos pasasen por todos los roles y prestaran atención a cómo se sentían actuando desde cada uno. Después de la experiencia, cada uno se asumió y reconoció que pertenecía a alguna de las cuatro categorías: apaciguadores, inculpadores,  predicadores y evasivos.

. A los apaciguadores les pedí que formaran pares y mientras uno debía hacer sus reclamos, (enojado, culpabilizando, agresivo, ) el otro debía negarse . Y que luego, a partir de esta experiencia, se preguntaran: ¿Qué sintieron mientras lo hacía? ¿Qué actitud de su compañero lo inhibió más? ¿ A qué temían? ¿Con qué sentimiento propio no querían ponerse en contacto? ¿Si dejaban que la situación creciera, cómo asumirían el propio descontrol? Luego, debieron rotar los roles.

. A los evasivos los hice formar parejas y, mientras uno de ellos agredía, el otro debía tomar contacto con sus sentimientos.¿Qué estoy tratando de evitar? ¿A qué no me quiero enfrentar? ¿A la bronca del otro o a la propia? ¿Si fuera sincero qué diría.? ¿Qué me asusta más,  sentir dolor, bronca, humillación o ira?

. A los inculpadores les pedí que formaran pares y expresaran su rencor, ya que partimos de la base que la culpa siempre encierra bronca, una bronca que no se puede expresar. Y quien es inculpador, lo que intenta es deshacerse de la propia bronca por el camino de la lástima.  Por lo tanto, en lugar de decir «Vos tenés la culpa porque…» decir  «Yo te odio porque… » o «Estoy resentido por …»

. Y para los predicadores, la consigna era expresar sus temores: «Tengo miedo que no hagas…» «Tengo miedo que pienses…» «Quiero darte la impresión de…»

Después los reuní en sus primitivos grupos y les pedí que hablaran sin manipular, desde ese nuevo lugar que habían logrado. El resultado fue absolutamente diferente. Comenzaron a comunicarse y recién entonces pudieron ponerse de acuerdo y negociar las tareas comunes. Estos ejemplos valen porque sirven para reflexionar sobre qué actitudes son las que cada uno ejerce en la vida cotidiana y que pueden poner ruido en la negociación, que, a veces, como en el caso de los hombres que no colaboran, se le suma la impronta cultural de los roles aprendidos.

El siguiente caso de un matrimonio que llegó a terapia es un ejemplo de cómo se llega a la negociación sobre tareas comunes. La queja de él era: «Yo colaboro, pero a mi manera. No puede pretender que haga las cosas como ella quiere. Si es algo de los dos, yo pongo mi ritmo y mi forma. Si es de ella, que lo haga sola, que es lo que termina pasando porque se adelanta y no me da tiempo a que haga mi parte».

 Ellos ya habían logrado emparejar su mapa, hablar sin rodeos. Sin embargo, todavía les quedaba por delante ponerse de acuerdo con lo cotidiano. Recuerdo que en aquella oportunidad les pedí:
* Primero,  que hicieran una lista, detallando todos los quehaceres domésticos (lavar, planchar, limpiar, cocinar, hacer compras, ir a buscar los chicos al colegio, sacarlos a pasear, ayudarlos con las tareas).
* Para repartirlas les sugerí que si había una actividad que les agradaba más que otra, era preferible que respetasen estas preferencias. Así como que repartieran de manera equitativa las que desagradan. El que alguno desconociese cómo se realizaba una actividad, no lo justificaba para no hacerla. Como ya sabían expresar lo que sentían sin manipulación, el acuerdo fue sencillo.
* Luego, que se pusieran de acuerdo en lo que esperaban como resultado. De manera de poder evaluar si se había cumplido con lo pactado. Recién entonces repartieron las tareas.

CUESTIONES PARA REFLEXIONAR

Las siguientes preguntas pueden ayudar a la pareja a llegar a una acuerdo. Basta con plantearse con sinceridad las respuestas haciéndoselas cada uno a sí mismo, cuando corresponde:
* ¿Acepto que él haga las cosas a su manera?
* ¿Controlo  y critico cada cosa que hace?
* ¿Supongo  que por el hecho de ser mujer soy más eficiente en el hogar?
* ¿Unimos el producto del trabajo de cada uno (dinero) y dividimos las tareas domésticas equitativamente?
* ¿Cómo repartimos los quehaceres domésticos?
* ¿Establecimos un acuerdo sobre lo que cada uno pretende de la casa?
* ¿Los roles de cada uno son inamovibles o podemos intercambiarlos según las circunstancias? ¿Quién cuida siempre es el mismo y quien se deja cuidar, también?