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LO QUE LE FALTÓ APRENDER ADÁN Y EVA

(Recursos para vivir en pareja )

INTRODUCCIÓN
Desde Edén hasta nuestros días vivir en pareja nunca fue fácil. Sin embargo sigue siendo la mejor oportunidad que tiene el ser humano de desarrollarse. Es que no se puede permanecer indemne ante la presencia del otro, la convivencia impone un ejercicio cotidiano de acomodación que enriquece y favorece el crecimiento interno.. Si bien ese compañero de camino que la persona ha elegido representa sus deseos, fantasías, y necesidades es también quien refleja lo mejor y lo peor de ella. Por eso la vida en común no transcurre con la armonía que, en principio uno esperaría. Cada integrante de la pareja tiene una historia, creencias, y a veces hasta códigos propios, por lo tanto no es extraño que para llegar a una acuerdo sobre determinado punto tengan que pasar por muchas discusiones. Confrontaciones que por otra parte permiten reconocer las necesidades propias y las ajenas, plantear prioridades negociar y así llegar al esperado acuerdo.

Es a través de esa síntesis de nuevas ideas, creencias y pensamientos que se produce el mencionado enriquecimiento del que antes hablaba. Por eso podemos afirmar que la pareja es la mayor aventura creativa por la que pasa una persona.

Pero este proceso cada día es más difícil, porque los roles han dejado de ser fijos, las funciones no están bien discriminadas, las expectativas parecen no tener límites, y las opciones se han multiplicado.

Crecí con el convencimiento de que éramos unos afortunados por tener ciertas posibilidades que se les habían negado a nuestros antecesores, como terminar una pareja cuando ésta no funcionaba, probar la relación antes de hacer una unión definitiva, o buscar una nueva compañía cuando la que uno tenía no funcionaba. Pero este exceso de posibilidades de elección nos ha llevado también al desencanto porque con cada cambio muchas personas no han hecho más que aumentar la frustración. Son los que optaron por cambiar de pareja en lugar de adaptarse.

Sin bien antes la gente debía resignarse a permanecer con la persona que le había tocado en suerte, lo que hoy parece bastante terrible, como contrapartida estaban obligados a un ejercicio de adaptación que les permitía madurar como personas. Hoy esa adaptación no parece necesaria y tampoco gozamos del tiempo necesario para dejar que esto suceda. Apostamos todo a la elección correcta, y si no se logra, se da vuelta la hoja y a otra cosa

pero, ¡cuidado! con nosotros pueden hacer lo mismo. Todos corremos el mismo riesgo, y saberlo nos angustia. El tiempo se ha convertido en una amenaza. Cuanto más edad tenemos, mayores posibilidades de fracaso enfrentamos. La impaciencia nos impide disfrutar, el temor a equivocarnos nos asusta, y la posibilidad de ser abandonados nos deprime. Si al menos tomáramos las opciones como lo que son, teniendo en cuenta que todas exigen una adaptación de nuestra parte, si en lugar de probar y probar nos fuéramos modificando internamente para acomodarnos al otro, sabiendo que ninguna opción es perfecta, tal vez podríamos tener parejas más estables.

Como a pesar de todas las dificultades antes plateadas sigo apostando a la pareja, decidí reunir en este libro buena parte de las situaciones conflictivas que he analizado en mi consultorio, talleres y grupos de reflexión para parejas y a partir de esos ejemplos mostrar los mecanismos de acción y los recursos empleados entonces, para ayudar a que la confrontación no se convierta en un camino sin salida y sí en una síntesis de crecimiento. El objetivo es invitar a pensarnos y trazar una estructura que no nos aprisione pero sí nos sostenga.

En cada capítulo el lector encontrará referencias a mitos, ya sea clásicos o modernos, incluyendo los cuentos de hadas o las historias de Hollywood.

Estos relatos protagonizados por diosas, héroes, doncellas nos hablan de las transformaciones internas que sufren los protagonistas en relación a lo que les sucede y a su entorno. Ellos permitirán que el lector pueda descubrir su propio mito personal, aquel que da sustento a su vida, guía sus pasos, e influye en sus elecciones. Porque detrás de cada comportamiento, de cada manera de actuar , hay una creencia, un sueño, conformando un mito. Es así como algunos influenciados por cuentos de hadas esperan encontrar en el matrimonio la salvación de todos sus problemas, y otros, en cambio lo consideran el comienzo de la rutina y el fin del amor. Cada una de ellas elaborará su propio argumento vital y les será fiel más allá de sí mismo. Porque ese mito personal que la persona construye es el que le da sentido a su vida, y aunque en muchas oportunidades determine un fracaso, difícilmente se reniegue de él. Es por eso que a veces no comprendemos como alguien persiste en una situación frustrante, o inclusive la repite en cada elección, sin advertir que esa situación de la que le persona se queja, le da identidad. Algunos encontrarán en la relación la posibilidad de jugar un rol brillante, otros de víctima, o de sacrificados o de héroes, en definitiva, la circunstancia que necesitan para poner su mito en acción. Porque como dijo Virgilio: «creamos nuestro destino al elegir nuestros dioses» Por eso propongo conocer el camino de nuestros héroes míticos y trabajar sobre ellos cuando la historia que estamos viviendo deviene en tragedia y trato de brindar elementos para elaborar esas zonas oscuras que impiden alcanzar una mejor calidad de vida.

HERRAMIENTAS QUE SE NECESITAN PARA VIVIR EN PAREJA
La palabra pareja deriva de par (dos) y tiene que ver con paridad (comparación de dos iguales) porque de eso se trata, de dos personas con igual jerarquía, que se asocian para compartir la vida. Pero lo interesante es que sólo en rango son iguales. Por lo demás, tienen diferentes historias, creencias, personalidad, por lo que es esperable que frente a situaciones que los atañe a ambos, haya desacuerdos. Si esto no ocurriera, significaría que alguno de los dos está sometiéndose al otro, con las consecuencias que ello puede acarrear.

Ahora bien, planteadas las dificultades y desaveniencias, dependerá de ciertas condiciones el que los conflictos se conviertan en desafíos que enriquezcan y unan a la pareja, o que se enquisten como situaciones sin solución, que sólo deterioran el vínculo.

Esto nos lleva a la necesidad de enumerar las cinco condiciones imprescindibles para que una pareja funcione bien:

  1. Autoridad
  2. Capacidad para poner límites
  3. Capacidad para expresarse
  4. Flexibilidad
  5. Capacidad negociadora

En este capítulo vamos a analizar cada una de estas condiciones y luego veremos con ejemplos prácticos cómo la falta de una o más de estas condiciones lleva a conflictos difíciles de resolver. Y digo difíciles de resolver porque son múltiples los motivos por los que discuten las parejas, pero se necesitan de estas cinco condiciones para que la situación conflictiva no se convierta en una batalla campal o en un campo de odio y resentimiento.

1 AUTORIDAD
Autoridad deriva de autor, que significa creador. Y ese el sentido que le vamos a dar a este término. Creador de uno mismo, de las propias decisiones, creencias, pensamientos, gustos y sentimientos, incluyendo dentro de estos los sentimientos negativos de frustración y displacer.

Tener autoridad significa reconocer lo vivido y aceptar los procesos internos derivados de estas experiencias. Es darse derecho a sentir lo que se siente y a pensar lo que se piensa.

Desgraciadamente el término autoridad hoy tiene muy mala prensa, porque se empleó para detentar poder sobre los otros, someterlos , o manipularlos. Sin embargo, es imprescindible reconocer que se necesita de una autoridad interna, en el sentido que acabamos de definir para poder hacerse cargo de lo que uno siente, actuar en consecuencia , tratar de procurarse cambios que complazcan y frenar las actitudes avasallantes del otro.

Para reflexionar sobre la propia autoridad, hágase a sí mismo las siguientes preguntas y respóndaselas de la manera más auténtica posible:

  • ¿Creo que lo que siento responde a mi forma de ser, a mi yo interno, o considero que estoy empujado a sentir o reaccionar de determinada manera según las actitudes de los otros?
  • ¿Creo que tengo derecho a sentir lo que siento, hacer lo que hago, pensar como pienso?
  • ¿ Ante quiénes necesito justificarme por ello?
  • ¿Quiénes de los que me rodean me descalifican por sentir, pensar, o hacer determinada cosa, y de qué manera?
  • ¿Qué hago cuando esto sucede? (me deprimo, enojo, no le doy importancia, me alejo)
  • ¿Qué recursos empleo para hacer valer mi derecho a elegir, pensar, sentir (amenazo, grito, extorsiono,, otros)
  • ¿En mi familia de origen se respetaba el derecho a pensar, sentir, o hacer
  • ¿Quién se oponía y de qué manera? ¿Se imponía en base a su sentido común, sabiduría, capacidad de afecto o era dictador, culpabilizador, o extorsionaba, o atemorizaba?
  • ¿Yo le hacía caso?
  • ¿Qué ocurría si desobedecía?
  • ¿Cómo pedía cuando era niño?
  • ¿A qué sentía que tenía derecho, y a qué no?

2 CAPACIDAD DE PONER LIMITES
Saber poner límites es reconocer y trazar las fronteras que me separan del otro. No se trata sólo de marcar un fin (hasta donde uno llega), sino un comienzo (donde comienza el otro). Por lo tanto, el límite permite reconocer que hay otro, comenzar a mirarlo sin que esto implique modificarse uno. A partir de allí la persona descubre al que tiene enfrente: quién es, qué necesita, pero también es necesario saber hasta dónde llega uno mismo, de qué y cuántas cosas se es capaz, qué se puede, y qué se quiere.

La capacidad de poner límites tiene que ver con cuan intrusivos o respetuosos hayan sido los padres durante la infancia de sus hijos. Si ellos extendieron las fronteras de su propio territorio sobre los hijos, si los avasallaron y sometieron, es posible que de adultos, estos hijos tengan grandes problemas en cuestiones de límites.

Preguntas para reflexionar sobre la propia capacidad de poner límites (si no las puede contestar por usted mismo, reflexione junto a una persona sincera y de confianza, que lo ayude con ciertas apreciaciones):

  • ¿En qué momentos digo basta? ¿Cuando no doy más, o cuando advierto que algo me desagrada?
  • ¿Cómo lo hago? ¿Con autoridad, agresivamente, de manera suplicante?
  • ¿Cómo suena mi voz cuando pongo límites? ¿Cómo es mi actitud corporal? ¿A la de quién se parece?
  • ¿A quién puedo ponerle límites y a quién no? Y en caso negativo ¿por qué? ¿qué hace o dice el otro para impotentizarme?
  • ¿Pongo límites con convicción o con culpa?
  • ¿Mantengo los límites siempre en el mismo punto, o me permito desplazarlos según las circunstancias?
  • ¿En las relaciones personales dejo que el conflicto llegue a su máxima tensión para poner los límites o los fijo a medida que voy registrando displacer en mi interior?
  • ¿Cuándo y a quiénes digo «no quiero»? ¿En qué situaciones ignoro las necesidades de los demás?
  • ¿Soy capaz de reconocer mis propios límites?

3 CAPACIDAD DE EXPRESAR LO QUE SIENTE, DISGUSTA, O PIENSA
Saber explicitar los sentimientos y emociones, deseos, pensamientos, y creencias es fundamental para una buena convivencia. Por supuesto que para hacerlo es necesario primero saber reconocerlos. Por eso esta capacidad está estrechamente relacionada con la autoridad . Primero debo reconocerme autor de mis propios sentimientos para luego expresarlos.

Son muchas las personas a las que les cuesta darse cuenta de lo que sienten, especialmente a los hombres. Educados para ser fuertes, se les ha enseñado a reprimir sus emociones, de lo que resulta que no saben ponerse en contacto con ellas, y por lo general sólo las reconocen cuando ya es demasiado tarde, o cuando no es posible contenerlas, y entonces las expresa de forma abrupta y agresiva.

Esta es la razón por la que los hombres suelen ser, en principio más tolerantes que las mujeres. Sin embargo esta represión emocional tiene sus consecuencias, tanto físicas (hipertensión, trastornos cardíacos, ulcerosos), como psíquicas (abulia, depresión, irritación, agresividad) o de relación (aburrimiento, infidelidad).

Las mujeres, a pesar de estar más acostumbradas a estar en contacto con sus afectos, no siempre saben expresarlos y en general, los emiten en forma de órdenes o reproches cuando no de manipulación y ninguna de estas maneras suele ser beneficiosa en una relación.

No es lo mismo decir:
«Vos nunca hacés lo que te pido» (reprochar), o «Por tu culpa yo estoy así» (culpabilizar). o «Me revienta tu actitud, sos un cómodo que nunca se hace cargo de nada…» (protestar), o «Si vos hicieras esto, tal vez podríamos salir de esta situación» (manipulación)

A decir:
«Yo necesito…», «Yo quiero…», «Yo pienso…»

Cuando la persona expresa lo que quiere, siente o piensa con honestidad, el otro no puede más que escuchar. Es irrebatible, porque el sentimiento es soberano y personal. Si en cambio, se comienza acusando al otro, analizando sus intenciones, adjudicándole motivaciones, es posible que no se lo escuche o se rebata sus argumentos, y no se llegue a ningún acuerdo.

Veamos algunos ejemplos de diálogos de pareja donde se cometen estos errores y otros donde se puede expresar bien lo que se siente:

Diálogo uno:
– Vos siempre te rajás porque estás podrido de mí, aunque no te atrevés a confesarlo. (Acusa y adjudica intenciones)

– No es verdad. Además vos hacés lo mismo. ¿Acaso el otro día no..? (niega, se defiende, rebate)

Diálogo dos:
– Cuando vos te vas, yo me siento muy sola, y así como por momentos me da tristeza, en otros me lleno de bronca. No sé por qué lo hacés, pero necesitaría….

– No es mi intención hacerte sentir mal. Yo me voy porque me siento asfixiado, pero no es algo que tenga que ver con vos, al menos eso creo..

Este segundo diálogo fue mucho más fructífero que el primero. Ella pudo expresar su sentir, y plantear su necesidad, y él también. A partir de ese momento él supo lo que ella sentía y deseaba. Podía conformarla o no, pero al menos no aduciría desconocimiento. Al no haber agresión, gritos ni reproches fue mucho más sencillo para él expresar lo que sentía. En el planteo directo, el otro puede tomar conciencia de la situación y variar de actitud o elección. En cambio, en el reproche no hay posibilidad de reparar. Además, muchas veces he escuchado decir: «Si lo tengo que pedir, no me interesa. .él debería darse cuenta solo». Pero esperar que el otro lo adivine es un grave error. En primer lugar es colocarse en el centro del mundo del otro, como si la otra persona no tuviera otra cosa que hacer que estar adivinándolo. En segundo lugar, y suponiendo que el otro supiera lo que la persona desea, ¿por qué no puede hacer lo que quiere?

¿Por qué obligarlo a tomar actitudes hipócritas, a elegir lo que no quiere solo para conformar a su pareja? ¿Qué hace suponer que el otro debería elegir a la pareja por encima de sí mismo? Si se acepta que son parejos, es decir iguales en jerarquías e importancia, no hay razón para que uno resigne a favor del otro.. ¿No es mucho más auténtico que cada cual plantee sus necesidades, sus creencias, sus pareceres y luego ambos negocien?

En la medida en que uno puede reconocer lo que siente, es más fácil expresar las emociones para sentarse frente al otro y poder negociar. Por eso, es importante reflexionar y hacer una autoanálisis. Las siguientes preguntas pueden ayudar en la tarea:

¿Qué emociones reconozco en mi mismo (pena, tristeza, bronca, alegría, celos, envidia, impotencia, miedo, angustia, vergüenza, aburrimiento, compasión, culpa, etc)?

¿Cómo reacciono ante cada una de ellas? ¿Las demuestro o las oculto?

¿De qué o de quién depende la diferente actitud?

¿Me las permito todas o alguna de ellas me avergüenzan?

¿Soy directo para expresarme o utilizo estrategias, calculo y manipulo para fines que van más allá de la comunicación misma? En caso de ser la respuesta* «no» la respuesta, ¿De qué manera lo hago? ¿Cómo manipulo, cuál estrategia uso ?

¿Qué del otro me inhibe, paraliza, acobarda, o me hace sentir impotencia?

4. FLEXIBILIDAD
La flexibilidad es indispensable para la adaptación, y en una pareja es fundamental. Flexibilidad implica la capacidad de doblarse, condición necesaria para que algo no se rompa. La rigidez es frágil, por eso necesita ser dura, como manera de protegerse. Muchas personas confunden esa dureza con fuerza. La fortaleza en realidad está dada por la perdurabilidad, la tolerancia, la adaptación. Aquel que tiene una conducta rígida, está mucho más expuesto a romperse ante cualquier contrariedad.

Para reflexionar sobre la propia capacidad de flexibilidad, conviene contestarse las siguientes preguntas:

  • * ¿Me doy alternativas diferentes ante situaciones distintas?
  • * ¿En cada situación, considero la posibilidad de actuar de diversas maneras diferentes?
  • * ¿Cuando algo no sale como deseo, me enojo, intento de nuevo de la misma forma, trato de variar el método, o considero otra opción?
  • * ¿Soy testarudo?
  • * ¿Me adapto a las situaciones nuevas?
  • * ¿Creo que hay una sola manera de hacer las cosas?
  • * ¿Creo que la línea que separa lo correcto de lo incorrecto, lo bueno de lo malo, es una sola, clara y definida?


5. CAPACIDAD NEGOCIADORA

Tiene mucho que ver con la condición anterior, ya que quien no es flexible, difícilmente pueda negociar. Porque negociar es diferente a conceder, tolerar, o resignar. Negociar es llegar a un acuerdo que satisfaga a ambos.

Y para negociar bien, en primer lugar hay que ubicarse en ese lugar de autoridad en el cual la persona se siente con derecho a querer lo que quiere, o pensar lo que piensa. Si una persona se siente poco merecedora, culpable o sin derecho, difícilmente pueda negociar.

Pero estar en ese lugar de autoridad no significa que se pueda pasar por encima del otro. Porque el otro también tiene los mismos derechos, y merece estar conforme.

Esta es una premisa imprescindible para negociar, pero no suficiente ya que cada uno podría sentirse con todos los derechos, y la fuerza para defender su posición y sin embargo no haber negociación.

Porque cuando cada cual se coloca en una posición indeclinable sostiene al otro en su oposición («Es que los dos somos cabeza dura y defendemos cada uno lo suyo, pero así no llegamos a ninguna parte). Y también ocurre en ciertos casos que por no discutir, o no saber defender lo suyo, uno de ellos sea el que siempre cede («Estoy cansado de darle el gusto. Con tal de no escucharla, cedo, y luego me siento un estúpido. A veces me pregunto si toda la vida va a ser igual. No puede ser que yo quede siempre insatisfecho.»). Quienes ceden, no siempre lo hacen de manera gratuita, a veces se sacrifican para endeudar al otro, y le pasan la boleta en cualquier oportunidad («Ella dice que me da el gusto, pero después me lo reprocha. ¿De qué me vale hacer lo que quiero si ella no me ahorra ninguna mala cara?»). De cualquier manera, con reproche o sin él, conceder de forma regular hace crecer la frustración y el resentimiento.

Por estas razones y estos ruidos que la falta de negociación puede crear en un vínculo, es fundamental aprender a negociar, y para ello, el primer paso para hacerlo es no estar enfrentados. Sirve colocarse físicamente uno junto al otro con papel y lápiz. En ese papel se volcará el problema. La idea es tomar conciencia de que la situación problemática es algo que afecta a ambos y que deben resolverla juntos.

El segundo paso es trazar una línea que divida el papel en dos. Cada lado pertenece a uno de los integrantes de la pareja y en él se anotan aquellas premisas que consideran imprescindibles tener en cuenta en orden de importancia.

El tercer paso es el gran desafío. Entre los dos deberán encontrar la opción que contemple por lo menos las dos primeras condiciones de ambos.

Por ejemplo:
A y B no se ponían de acuerdo en el lugar para vacacionar. A deseaba ir a la playa y B a la montaña. Al no acordar, pensaron en ir al campo, pero en enseguida advirtieron que con esa actitud se perjudicaban los dos. Entonces, implementaron este recurso de sentarse enfrentados con un papel donde anotaron las necesidades de cada uno en orden de importancia.

A B

  • Que haya sol y agua que haya posibilidades de recorrer
  • Que haya gente que sea un lugar tranquilo
  • Que haya vida nocturna que haya diversidad de paisaje
  • Lo tomaron como un juego y encontraron dos posibilidades:
  • El Caribe, que si bien era mar, le daba a B la posibilidad de recorrer, y por ser algo desconocido, descubrir cosas nuevas. Y la otra posibilidad era un lugar de montañas y lagos con mucha vida nocturna. El precio los decidió por esta última opción.
  • Entiendo que es más sencillo decirlo que hacerlo. Cuando la pareja no logra seguir los pasos indicados seguramente ocurre alguna de estas dos cosas:
  • No siente al otro con derecho
  • Le cuesta reconocer los motivos de su elección. pasar de nivel.

Para reconocer los derechos del otro, hay que cambiar de lugar, es decir ponerse en el lugar del otro. Esto significa pensar como lo hace el otro, partiendo de sus creencias, de su historia, de sus gustos, y preferencias, de sus dificultades y limitaciones. Cuando se haya hecho un cuadro de situación y dado el perfil al personaje, recién entonces podrá hablar como el otro, pero no imitándolo, sino comprendiéndolo.

Para reconocer las motivaciones de la propia elección, pasar de nivel, es necesario conocerse a sí mismo e ir más allá del simple porque sí. Es común en los muy jóvenes, pero en las personas mayores implica una limitación que es necesario tratar.

Todas estas herramientas no son fáciles de lograr. Quizás porque venimos con un modelo disfuncional de arrastre. Si pensamos en la pareja arquetípica, Adán y Eva, es obvio que no sólo le faltaban recursos, sino también condiciones.

Ya de entrada, mostraron la dificultad para hacerse cargo de sus decisiones, en lugar de tomar la autoría de su acto, prefirieron acusar al otro (ella a la serpiente, él a ella. Y por lo visto el tiempo no mejoró las cosas. Perder el paraíso no es ninguna tontería, y si se está convencido que la responsabilidad es del otro, mucho menos.

A juzgar por sus productos (un hijo envidiosos y fraticida) podemos suponer que la relación transitó entre reproches, agresiones, culpas, y resentimientos. Si en cambio hubiesen podido ponerle límites al otro, aceptar las consecuencias de las propias decisiones, hablar de lo que sentían, y negociar ese futuro no tan perfecto que se habían creado. Quizás no hubieran seguido en el Edén, pero hubieran tenido una mejor calidad de vida.

MAPA FAMILIAR
Esto no es una condición, sino un instrumento que permite poner de manifiesto el lugar que cada integrante de la familia ocupa, y permite operar los recursos antes mencionados o en su defecto cambiar de posición, de manera que las habilidades descriptas salgan con facilidad.

Este mapa grafica los lugares y relaciones de los miembros de la familia.

Se expresa como una operación algebraica donde cada signo y posición tiene un valor.

No es lo mismo estar arriba que abajo. Ni que los una un signo (+) o un (__) .

Para que quede claro paso a dar el código que permite hacer la lectura:

Las letras representan a los miembros de la familia, o pareja:

H =hombre M = mujer

a veces se utiliza P = padre y M = madre

A = abuelo h = hijo

* Los vínculos que unen a estos protagonistas pueden ser

______unión, vínculo sano

———vínculo débil

+ alianza

Pero veamos un ejemplo.

Madre(M)____ Padre (P) Este sería el mapa de una

(h1)Hijo – (h2) Hijo familia típica

Veamos ahora algunos pocos ejemplos de familias disfuncionales, donde al faltar algunas de las capacidades, el mapa no pudo formarse correctamente:

A+M—-P: abuela (A) y madre (M) en el poder. Padre (P), aparte

h

A

M_P

En este caso, alguno de los abuelos (A), es el fuerte, quien pone las reglas y manda en la familia. La pareja (M——P) se somete a los designios de (A)

A + M ——-P

M

Acá hay una alianza entre uno de los abuelos (A) y la mujer de la pareja (M) más habitualmente la hija de (A) , y el hombre de la pareja (P) está fuera en paralelo. En estos casos él es un adicto al trabajo, o quizás tenga alguna relación extramatrimonial que equilibre el mapa .

H1+ M — P

Acá hay alianza entre el hijo (H1) y la madre (M), que deja aparte al Padre (P), que puede ser, por ejemplo, un adicto al trabajo.

Son muchísimas las posibilidades y todas disfuncionales.

En los próximos capítulos analizaré distintos problemas que enfrentan las parejas, describiré su disfuncionalidad apelando a mapas familiares para graficar las interrelaciones.