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Elogio A La Muerte

El título de este artículo es provocativo, sobre todo para aquellos que han tenido pérdidas no esperadas, llamo así a las que no son producto del curso natural de la vida. A todos ellos les pido me disculpen. Es probable que pueda hablar así porque no he tenido esa desgracia pero llegué a la conclusión que esta reflexión puede ayudarlos, sino a mitigar su dolor, a que el sinsentido no se lo lleve todo, que es lo que sucede cuando pensamos en la muerte como un castigo.

Desde el principio de los tiempos el hombre está ocupado en ello, algunos escritores de manera estupenda. Simone de Beauvoir en “Todos los hombres son mortales”, al igual que Saramago en “Las intermitencias de la muerte”, nos muestran el desastre que sería la inmortalidad. Pero eso ya lo habían mostrado los griegos en el mito de Titono, que había sido condenado a ser eterno.
Porque existe la muerte nuestra vida tiene sentido, no al revés, tenemos sentimientos tales como alegría, tristeza, añoranza, deseo, anhelo, nostalgia, prioridades, valores. Si todo fuera posible en algún momento, careceríamos de esos sentimientos.

El problema es que le tememos tanto que preferimos hacernos los distraídos, no pensar en ella, desperdiciando, a mi entender la posibilidad que nos da. Si porque junto con esa angustia por el fin, que no podemos eludir, también está el sentido que nos ofrece. Sí, el sentido. Sé que muchos piensan lo contrario: – ¿Para qué si total nos morimos?
Heidegger en Ser y tiempo dice que la muerte nos daba un marco de tiempo a nuestra vida y si somos conscientes de eso, podemos apropiarnos auténticamente de nuestra vida. Siempre me fascinó su postura aunque me costaba terminar de comprenderla. No sé si lo hice, pero mi conclusión me sirve y quiero compartirla con ustedes. Si fuéramos seres cerrados como supuestamente lo son los animales, sin consciencia de fin, nuestra vida se reduciría al estrecho margen que da lo cotidiano, lo habitual, que es nuestro hábitat, esa zona de comodidad que se repite constantemente y que muchos habitan para alejar la angustia de muerte. Pero también podemos pensar que tenemos la posibilidad de meternos de lleno en la experiencia, querer recorrer todo el camino que nos han asignado. Justamente porque no tenemos toda la vida queremos aprovechar.
A los que creen que porque la vida se termina no tiene sentido, les digo que es lo mismo que pensar en que no vale la pena viajar porque en algún momento se acaba. Cuando estamos de viaje tratamos de absorber la experiencia precisamente porque no se repetirá. En el mejor de los casos la llevaremos dentro, se habrá fundido con nosotros y nos habrá transformado.
Los que han ido de vacaciones a un lugar desconocido coincidirán conmigo en que la experiencia es más intensa que la de la vida cotidiana. La mayoría desconocemos lo elemental de nuestra ciudad. No la miramos porque la tenemos ahí, no hay apremio, no hay interés. Eso mismo pienso yo ocurriría si nuestra vida fuera eterna. Nos repetiríamos aburridos sin demasiado interés. Antes hablaba de los animales, y adrede hablé de supuesta inconsciencia de finitud, es sólo supuesta, los elefantes y los cisnes negros parecen desmentir esto. Ellos intuyen su muerte, no sabemos con qué anticipación, quizás ninguna, pero evidentemente no es un hecho más, tienen preparado el acto final. Los elefantes son menos vistosos, se apartan solos al cementerio. ¿Es una especie de prolijidad de la naturaleza o un momento de consciencia de esa situación única y diferente a la que se llega solo?
Los cisnes negros también se apartan, pero le cantan, es el único canto de toda su vida, dicen que muy hermoso, yo no tuve ocasión de escucharlo.
Pero no es mi intención hacer un culto de la muerte, sino de la vida.

Hemos estado mirando la vida con un pensamiento lineal que comienza en el nacimiento y termina en la muerte. Dos extremos opuestos, irreconciliables. Pero la ciencia mostró que se trata de un proceso circular, como lo es todo en la naturaleza. Noche – día, vida muerte. Si las células del organismo no mueren, se crean tumores. Éstos no son otra cosa que células que se niegan a morir y siguen reproduciéndose a gran velocidad. El resultado es monstruoso. La armonía está en un equilibrio entre vida y muerte.

Los griegos de alguna manera lo sabían, para ellos todo es vida (Zoé) una vida que está sostenida por pequeños ciclos de vida-muerte (bios – thanatos) que hacen posible que la vida( Zoé) no pare nunca. Detrás de la muerte biológica hay un proceso de transformación del que nace otra fauna.

Vida y muerte se suceden todo el tiempo, cada despedida, cada cambio es una pequeña muerte que da lugar a algo nuevo. No hay creación sin destrucción, no hay renovación sin muerte, no hay algo nuevo si primero no existe el vacío.
Cada vez que estamos frente a algo que nos atrae, en lugar de pegarnos, de querer atraparlo, de capturarlo, disfrutemos, incorporémoslo como digerimos la comida. Si esta quedara tal cual en el estómago, nos indigestaríamos. Tiene que ser destruida, atacada por el ácido digestivo para ser absorbida. Dentro nuestro se transformará en parte de nosotros mismos y el resto se desechará. Si queremos comprender la vida basta que observemos la naturaleza.
Buda hace más de 2500 años trató de encontrar una respuesta para aliviar ese dolor de pérdida permanente que sufrimos y llegó a la conclusión de que la solución estaba en el desapego. Algo que fue muy mal comprendido por los occidentales. No se trata de tomar distancia de todo, tampoco de perder el entusiasmo por las cosas, sino de estar presente momento a momento. Si nos quedamos con la mirada fija en el cuerpo o algún objeto, nos angustiaremos porque percibiremos esa pérdida. Si en cambio miramos el movimiento disfrutaremos con cada transformación. Justamente porque las cosas cambian es que no debemos perdernos el instante. A mí me gusta comparar con los días de vacaciones en un lugar nuevo. Todo es motivo de asombro, todo es importante, desde si salió el sol, el desayuno que nos sirven, la gente pobre, linda fea, rica que recorre las calles hasta los paisajes más horrendos pueden ser motivo de asombro. El camino todo se ha convertido en una aventura, casi no importa si llegamos al punto o no. Eso deberíamos hacer con la vida. Hay un aforismo japonés que dice “Más importante que llegar es viajar.”
En Occidente, en cambio, estamos más pendientes de las metas que nosotros mismos nos impusimos para motivarnos. Pasamos meses, a veces años atentos a esa meta (vacaciones, fiestas, mudanzas) y desatendiendo el camino que lleva hacia ella. Recuperar cada día, cada momento si fuera posible es una buena manera de alargar la vida. Aquellos a los que el tiempo se les pasa volando los invito a pensar en la manera que se están planteando sus vidas. ¿Recuerdan lo que han hecho en el día? ¿No estarán viviendo lo cotidiano de manera automática?
La vida está hecha de todos esos momentos no importantes. Hagan una torta de proporciones y dibujen el porcentaje que les corresponde a aquellos momentos considerados valiosos. Desde ya les adelanto que muy poco. Si sacamos los viajes, las comidas cotidianas, la charla circunstancial con los compañeros de trabajo, queda casi nada. ¿Cómo es entonces? ¿La vida es aburrida, o somos nosotros los que la hacemos aburridas porque no le prestamos atención a nada?
Cuando estamos atentos al camino, cuando tratamos de ser conscientes de lo que nos pasa en cada situación, veremos que no hay repeticiones. Cada momento es diferente, las circunstancias y nosotros. Vamos cambiando la mirada, los gustos, las creencias, y si hemos madurado bien, todo eso vivido se ha hecho parte de nosotros.

En otro artículo que llamaré Elogio a la muerte II hablaré de lo que las distintas culturas dijeron de la muerte. Cuál es la postura de las distintas tradiciones.