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DE MADRES E HIJAS

Este es un vínculo fundamental, ya que es el que nos estructura. Pero así como es de importante es de conflictivo.Y por lo que veo muchas deben estar atrapadas en una situación sandwich con hijos jóvenes revelándose y madres mayores que no siempre están dispuestas a aceptar la impotencia de la edad. Entonces realmente la cosa se vuelve difícil y es cuando uno asiste  charlas para tratar de encontrarle la manija al balde. Lamento desilusionarlas, pero no hay tal manija, se perdió para siempre.  El consuelo que nos queda es saber que no somos únicas en esto. Y no es consuelo de tontas, es el consuelo de lo irremediable, de lo que hay que aceptar.  A veces lo único que nos queda es aprender a aceptar en lugar de ir contra la corriente. Pero veamos porque es tan difícil. En primero lugar por su importancia, además  hay mucho mito respecto de él  – que es incondicional, que es perfecto, que nadie nos ama como nos ama nuestra madre, etc, – es que además lo vivimos con culpa y sobretodo confusión.
Este taller pretende  abrir una brecha nuestro sistema de creencias para que reflexionemos sobre lo que  nos pasa, en lugar de lo que creemos que debería pasar.

Comencemos por comprender por qué es tan importante, en primer lugar porque es fundante de nuestra personalidad y de futuros vínculos.
La madre es quien interpreta nuestra conducta, nuestro sentir poniéndole palabras. Ella es quien frente al llanto del bebé dice: tiene hambre, o le duele la panza. Claro que no siempre interpreta bien, muchas veces consulta a el médico, la vecina , su propia madre, o directamente se lanza a interpretar algo que no es cierto, pero eso el niño no lo sabe, para él es una maga. Cuanto más ajustadas a la realidad sean sus interpretaciones mejor será la inserción del niño en ella. Pero no solo significa el mundo, también al propio niño. Ella es quien le devuelve la imagen de sí, ya sea para decirle que es un genio o un desastre. Y en ambos casos el resultado puede ser nefasto. Si le dice que es bárbaro puede que cuando salga al mundo sienta que este no lo comprende, si le dice que es un desastre, puede que termine indentificándose con ese lugar y termine siéndolo. Tal vez lo mejor es mostrar comportamientos, que se cambian . Decir te comportás mal en lugar de sos malo. Pero no es tan sencillo, la primera imagen siempre dependerá de nosotros y seguramente habrá errores en exceso o en defecto. La solución, ser psicólogo. Por lo menos nos aseguramos que siempre habrá alguien pagando para hablar de su mamá.
A partir de entonces la miramos para comprender lo que nos pasa. Inclusive la gente mira a la madre para saber qué le pasa o qué quiere el niño:

PIENSA QUE SOY REAL
Una familia va con su pequeño hijo de 7 años al restaurante. La camarera tomó nota de lo que deseaban los adultos y después le preguntó al niño que deseaba. El muchacho con timidez, después de mirar a sus padres, ordenó un pancho.
Antes de que la mesera tuviera tiempo de escribirlo, la madre dijo: – Nada de eso. Traigale una carne con papas.
La mesera hizo como que no la había escuchado y le preguntó al chico:-¿ Solo o con Ketchu?
– Con Ketchu – respondió tímidamente el chico.
La camarera se fue sin darles tiempo a reaccionar. Se hizo un gran silencio por la sorpresa que la actitud de la moza había ocasionado, hasta que el chico reaccionó y les dijo a sus padres:
– Vieron, ¡Qué curioso! ella piensa que soy real.

A veces pasa que nos encontramos con niños que calificamos de muy maduros e inteligentes porque cuando hablan parecen adultos, es que todavía comparten el universo de sus padres. De ahí que, a veces los volvemos a ver en la adolescencia, y ya no los reconocemos, parece que se hubieran estupidizado. Lo que ocurrió es que se separaron de sus padres y comienzan a crear su propio mundo, con toda la inexperiencia, y también con la oposición, pero es necesaria para se produzca la individuación. Otras veces esto no ocurre nunca .

Hay que animarse a diferenciarse, hay que ser valiente para oponerse. No nos olvidemos que lo primero que nos dijeron es que los padres son perfectos, lo saben todo, y quieren lo mejor. Es por eso que cuando no nos gusta lo que dice, cuando no compartimos, en lugar de aceptar su punto de vista, de entender que ella ve y piensa según su propio sistema de creencias, la queremos convencer para que cambie.
Recuerdo una adolescente a la que le gustaba usar esos pantalones anchos, tipo skate, que a su madre le  parecían muy feos. Ella sabía que le disgustaban, por eso se empeñaba en llevarla a las tiendas y hacer que le diera su parecer para pelearse. No toleraba ponerse algo que ella no aprobaba, aunque tampoco quería renunciar a su gusto. Resultado trataba de convencerla que eso era hermoso.
Los adolescentes se comportan  como si uno fuera su espejo, y se enojan si no refleja lo que creen debería reflejar, de manera que si después de mucha lucha no logran que muestre lo que ellos quieren, corren el riesgo de terminar pareciéndonos a la imagen que nosotros los padres le devolvemos , y otras muchas veces eso los conduce a la depresión.
Recién cuando entienden que nosotras las madres no reflejamos nada, simplemente interpretamos lo que ellos nos muestran de acuerdo a nuestra historia, creencias y gustos, van a poder admitir nuestra opinión y seguir siendo y haciendo lo que realmente quieren aunque a nosotras no nos guste. Con el correr del tiempo, otras personas ocupan nuestro lugar, otras traducen las acciones y los califican, y si no comprendieron la primera parte puede que terminen sometiéndose a sus dictámenes. La verdadera liberación se produce cuando comprenden que deben mirar al mundo y a ellos mismos con sus propios ojos.

Decíamos que es un vínculo idealizado, porque nos han dicho que los padres son perfectos, que lo saben todo, que desean lo mejor para nosotros, que su amor es incondicional,  sacrificado, que nadie nos amará así. Por lo tanto cuando algo no sale bien, la culpa es inevitablemente del hijo.
Si sienten que algo no nos gusta, se enojan y tratan de cambiarnos, pero si no lo consiguen puede que terminen satisfaciéndonos con la consecuente frustración y resentimiento. Es que nuestra desaprobación los hace sentir indignos, no podría ser de otra manera, cómo calificar si no  a quien no es capaz de inspirar ese amor que creemos tan natural. De ahí que antes decíamos que si no somos como nos ve nuestra madre, corremos el riesgo de terminar por parecernos a la imagen que ella tiene de nosotros.(pegajoso)

“Yo tenía un paciente adolescente que tenía problemas con sus parejas por comportarse de manera pegajosa. El se identificaba totalmente con este calificativo y quería que lo acepten así. Investigando descubrimos que de pequeño su madre le decía que era pegajoso. Un niño de 2 años más que pegajoso es cariñoso, pero su madre era muy fóbica y no toleraba las expresiones de amor de su hijo, y en lugar de reconocer su problema, decía que su hijo era pegajoso. Éste creció identificándose con este calificativo y desde entonces bregaba por ser aceptado así. Ambos habían quedado apresados en el mito de la madre perfecta. Porque era perfecta no podía admitir que el problema era suyo, porque era perfecta el responsable de lo que ocurría era del hijo.”

Por otro lado si estamos del lado de las madres y nos sentimos cansadas, y enojadas con nuestros hijos, lo menos que podemos creer es que somos monstruosas, y para no admitirlo negamos nuestros sentimientos. Muchas veces nos obligamos a renuncias que no queremos hacer, llenándonos de cólera que tampoco nos permitimos expresar.
Por eso es importante que comprendamos que las madres son personas con determinadas preferencias, gustos, prejuicios, tabúes, y que desde ese lugar arman sus vínculos inclusive con sus propios hijos.

Es imposible establecer un buen vínculo con la exigencia que éste sea perfecto, desinteresado, sacrificado, sublime.
Debemos decir no al amor antiguo, sacrificado e incondicional, cargado de culpas idealizaciones, tabúes, ambivalencias, y persecuciones. No a la madre que crece entre la depresión y la fantasía mientras sus energías se absorben en ser para otros y postergarse. No a las que necesitan hijos contenedores de sus frustraciones.
No a las madres mártires que sostienen el sistema que las somete.
La idealización hace que el vínculo no sea auténtico. Madres e hijas que no sienten lo que creen deben sentir,  se mienten para no sentirse monstruos, renuncian por culpa y luego se llenan de resentimiento. Entonces aparece la frustración, y con ella la bronca, la manipulación y la creación de culpa. Todo esto  es inaceptable para la cultura y entonces nos cubrimos con máscaras que hacen cada vez más difícil la comunicación.

Por otro lado al haber tal idealización del rol,  muchas mujeres terminan identificándose tanto con el papel  de madre, que desplazan todos los otros roles de la vida. Son madres antes que personas o mujeres. Y si la madre es sólo madre, el hijo se sentirá responsable de todo lo que le ocurra, esto además de crearle impotencia, le crea culpa y al mismo tiempo bronca.
Si uno ve sólo a la madre, sus ambivalencias y contradicciones le enfurecerán, si uno ve sólo a la madre, la frustración de ella, le pertenece. Si en cambio uno ve a la persona, puede aceptarla con todo, comprender y hasta lamentar sus frustraciones pero sin hacerse cargo, pudiéndola acompañar porque  esto no le genera culpa.
Es importante tener presente que uno no representa toda la vida de la madre, por lo tanto no debe,  ni puede taparle todos sus agujeros.
Muchas madres dan a sus hijas un doble mandato “ No seas como yo, sé como mis sueños”, pero al mismo tiempo, le dicen “si no repites mi historia, si te liberas, serás una traidora”.
Son madres que impulsan a sus hijas a ser más que ellas, pero están lejos de poder tolerar emocionalmente la angustia permanente de que su hija sea diferente y viva en un mundo alejado del que ella conoce. La idealización es la contraparte de la envidia.
Menuda contradicción en la que quedaron atrapadas las mujeres de nuestra generación.

En general se confunde simbiosis con amor, siendo que no hay nada más opuesto al amor que la simbiosis.
Amor es despegue, separación, armonía, conquista de la autonomía.
La separación no es pérdida sino reencuentro, reconocimiento, y es necesaria para que haya diálogo e intimidad.

La madre independiente, con tiempos propios, antes que madre es persona, mujer y probablemente sea más amada y admirada por su hija. Porque al no haber frustraciones en el vínculo no hay broncas ni culpas, y esto permite que la relación sea auténtica.
Si somos valientes para afrontar nuestras imperfecciones, para hablar nuestras diferencias, para sobreponernos a la crítica, para arriesgarnos a ser con la desaprobación del otro, para llevar adelante nuestros deseos, entonces daremos a nuestros hijos lo mejor que le podemos dar, que es el ejemplo para seguir luchando.

Quiero dedicar un párrafo aparte a la crítica hacia la madre que se ha instalado en la literatura y en la vida de esta última mitad de siglo. Con la aparición de la sicología ella es la responsable de todos los males que le suceden al individuo. Pareciera que estamos más aferrados a los conflictos y frustraciones de nuestra adolescencia que dispuestos a recordar el amor recibido en la infancia.. Esto se debe a la ruptura dramática de la continuidad de nuestra cultura. Deberíamos comprender que ellas se comportaban según un modelo cultural vigente. Y no una lucha particular contra nosotros.
En nada ayuda el prejuicio de que toda relación íntima y profunda de un hijo o hija con su madre o padre es una “fijación edípica”. Hasta la psicología profunda se adhiere al modelo de madre que castra y retiene.  Parece quedar borrado todo lo que ha cumplido como adulta, toda la energía puesta en que los hijos crezcan. A menudo los recuerdos del amor inicial recibido durante la primera infancia se recuperan cuando nacen los nietos. Es entonces que muchas madres jóvenes se reconectan con sorpresa con la ternura maternal cuya imagen habían borrado.

Frente al despedazamiento cultural de la continuidad de valores, todos necesitamos aprender a percibir y respetar la maternidad cumplida como un logro importante aunque  imperfecto – como todo lo humano – de la femineidad adulta. Recordemos que, de lo recibido,  sólo podemos usar con derecho aquello que  hemos agradecido.
Y ahora me gustaría compartir con ustedes un cuento muy duro, pero que nos puede ayudar .

Ojalá muchas mujeres estén a tiempo de tener una charla cicatrizante con sus madres, una charla donde uno pueda mostrar sus heridas, trascender sus cóleras y disfrutar del orgullo compartido. Una charla donde podamos preguntar y preguntarnos
¿qué deseamos tener o haber tenido como hija?
¿qué tenemos aprendido que podamos dar como madre?
¿Cuándo nos amaron y cuándo no?
¿Qué cosas nuestras le gustaron y cuáles no?
¿Nos proporcionó la seguridad básica, la confianza y el refugio?
¿Nos reveló que sintió por nosotros orgullo, confianza?
¿Nos proporcionó elementos de trabajo?
¿Le interesó nuestra vida, nuestras vicisitudes como mujer?
¿Fue presencia o ausencia?pagina)
¿Estimuló nuestra libertad? ¿Celebró nuestros triunfos?

Breguemos por una sociedad donde se admitan vínculos más reales, donde haya confianza básica, cuidado mutuo, reciprocidad. Donde lo importante no sea sacrificarse por el otro sino saber escucharlo y mirarlo tal como es y no como querríamos que fuera.