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CUANDO EL SEXO ES UNA OBLIGACIÓN

El sexo es algo que se nos impone constantemente desde los medios, la publicidad, las conversaciones cotidianas, las actitudes de las personas en la calle. Dejó de ser algo privado para convertirse en público. Sin embargo el resultado no hay sido positivo. Se erotiza a los niños que no tienen capacidad para dar respuesta a tanta cantidad de estímulos y se atentó contra el deseo de los mayores. No es un secreto que cada vez se toman más medicamentos para asegurar la elección en personas que por su juventud no deberían necesitarlo. Creo que una de las posibles explicaciones a este fenómeno es que se aumentó el umbral de excitación, cada día se necesitan estímulos más intensos para producir el mismo efecto. Sin contar con que el estrés de la vida cotidiana hace lo suyo.
Los hombres que no están dentro de una pareja estable se sienten expuestos y exigidos en cada nueva situación de encuentro. Por otro lado los que están en pareja estable a veces toman el sexo como una descarga tanto emocional como de ansiedad, y le exigen a las mujeres un ritmo que a ellas les resulta excesivo.
Lo cierto que cuando el sexo se transforma en una exigencia y obligación, el deseo desaparece.
Razones que atentan contra el deseo:
Estrés
Demasiada energía puesta en otra cosa ( trabajo, hobby, hijos,  obsesiones, preocupaciones, neurosis )
Tercera persona
Aburrimiento
Falta de incentivo en la pareja.
Exceso de reclamo sexual
Por lo general hay una combinación, por un lado están los distractores propios de la persona y por otro el reclamo del compañero.
Si en lugar de dar una respuesta asertiva (capacidad de expresar lo que se siente), y tratar de buscar una solución conjunta, el que está desmotivado evita el contacto con su pareja, ya sea retrasando la hora de acostarse o evitando cualquier tipo de acercamiento físico, esta situación se agudiza. A veces esta respuesta lleva incluso a que, el evitado, crea que la razón de este alejamiento se debe a una tercera persona. Esto puede iniciar toda una serie de reclamos y reproches que agravan la situación.
Compartiré un caso típico en el que ambos quedan entrampados y lo que se resiente es la sexualidad.
El -Ella nunca está dispuesta a hacer el amor. Antes, quería siempre, pero dice  ahora que la nena puede escuchar, que está cansada. Siempre tiene  un argumento diferente. Hasta varió la manera de vestirse. Antes, era muy provocativa. Ahora se pone cosas que antes jamás hubiera usado.
Ella -Yo sé que él tiene razón, pero no sé lo que me pasa. El sexo se convirtió en una pesadilla. Llega la noche y estoy temiendo que me lo proponga. Trato de acostarme más tarde para no verme en la situación de tener que rechazarlo. Hasta me compré camisones de vieja para no estimularlo.
Investigando algo más, descubrí que este síntoma comenzó con el nacimiento de la nena, pero que con el tiempo se fue agravando. Aparentemente la actitud demandante del marido hizo que ella viviera el sexo como una exigencia. Ella explicaba: “Sé que está mal y quiero conformarlo, pero lo siento como una obligación y me pongo peor. Supongo que tengo otros tiempos. Tal vez, si él me dejara un poco,  aparecería mi deseo”.
Cuando le pregunté cuál creía ella que era la frecuencia adecuada, me respondió, disculpándose,  que una vez por semana. A lo que él acotó: “Yo no me puedo conformar con ese ritmo. Cuando éramos novios, lo hacíamos cada vez que podíamos, por lo menos tres veces por semana. Yo soy un hombre que necesito tener sexo. Soy muy ansioso, y me hace bien”.
Le mostré que lo planteaba como una necesidad física y no como un acto de deseo y amor. Y le expliqué que en cuestión de necesidades, no todos son iguales, tal como sucede con la comida, donde hay variaciones claras en cuestiones de apetito. A lo que respondió: “No hay duda de que es una necesidad,  pero sí tiene que ver con el amor, porque de lo contrario, lo haría con cualquiera, y yo no me busco una amante, sino que quiero hacerlo con ella”.
Les expliqué que más allá de las razones por las que ella haba disminuido su deseo, cosa de la que después nos ocuparíamos, yo tenía la sensación de que la situación desencadenada se retroalimentaba a sí misma. Ella no tenía deseo y el reclamo de su marido se convertía en una exigencia para ella, que terminaba colocando la sexualidad como parte de sus deberes.
La primera indicación que les di fue reducir el contacto sexual a un día por semana, elegido por ambos. Mi consejo no fue muy bien recibido por él, pero lo aceptó. Quedamos en vernos a los quince días.
El tema del día fijo intentaba bajar la expectativa el resto de los días. En tanto sabía que él no la reclamaría, ella podría actuar con naturalidad (irse a dormir a la misma hora que su pareja, vestir ropa normal, conversar, juguetear sin temor a excitarlo). No sólo le estaba dando a ella el tiempo que había requerido para que apareciera su deseo sino que les daba a ambos la posibilidad de prepararse positivamente para ese día, ya fuera mentalmente o de manera más concreta, buscando elementos erotizantes.
Quince días más tarde, la situación había mejorado notablemente. Ella parecía mucho más relajada y contenta. No solo se había sentido tranquila durante la semana sino que había estado muy bien predispuesta el día previsto. Se había preparado para la situación, y con ello, aumentado su deseo. “Fui haciéndome la cabeza”,  dijo. Él, en cambio, protestó por mi imposición. Le desagradaba que yo le impusiera el ritmo y sobre todo tener que reprimir su necesidad.
Lo tranquilicé diciéndole que ya nos ocuparíamos de cada uno. Tanto de su necesidad como de la de ella. En ese momento, ellos discutieron sobre cuál era la normalidad en cuestiones de apetencia, llegando a la conclusión de que no había un patrón fijo. Yo traté de sacarlos, sin éxito, del tema de la frecuencia hasta que al fin les pude hacer ver que el síntoma tenía más que ver con la modalidad que con la cantidad. Cuando terminamos la sesión, yo quedé con la sensación de que todavía él no se había incluido en el problema. Era una persona poco flexible y que no se hacía cargo de sus dificultades, optaba por responsabilizar de lo que ocurría a su pareja,  convencido de que su punto de vista era el adecuado. Por su parte, a ella le costaba sentirse con derecho a sentir como lo hacía.
En las dos semanas que siguieron no hubo mayores cambios. Respetaron la norma impuesta por mí, y como en la otra oportunidad ella quedó satisfecha, mientras que él seguía protestando por el día fijo y la poca cantidad de relaciones. Este era el diálogo:
El -Yo necesito más frecuencia, siempre fui así. A mi el sexo me calma.
Ella -Y a mí me molesta que me usés como tranquilizante. Ahora que lo hacemos el día programado me parece que jugamos más. Antes, yo sentía que no estabas conmigo, era como una masturbación.
Me sorprendió la respuesta de la mujer y le pregunté si eso que decía era algo que había descubierto ahora o siempre lo había sentido así.
Me respondió que recién ahora lo tenía claro, tal vez porque había podido comparar. Antes,  no le gustaba la manera de hacer el amor que tenía el marido, pero no podía dilucidar si era porque ella estaba fría o porque él lo hacía mal. Después de la relación con día fijo, se dio cuenta de que en esa oportunidad lo hizo de otra manera.
Cuando el hombre oyó el discurso de su mujer, se violentó. El siguiente diálogo tuvo como protagonistas a la pareja y a mí, su terapeuta:
El -Nunca me habías dicho que no te gustaba como lo hacía. Yo no creo que sea así, son excusas tuyas para seguir como hasta ahora. Pero desde ya te digo que lo tolero porque estás enferma, pero sólo hasta que te cures. No pienso contentarme con una relación por semana.
Yo -Mientras usted siga pensando que su mujer está enferma, va a venir aquí de acompañante, pero jamás se va a hacer cargo de la parte que le toca.
El -No comprendo a qué se refiere. Vinimos a verla porque mi mujer tenía problemas sexuales.
Yo -Creo que vinieron a verme porque la pareja tenía dificultades y por lo que estamos viendo, cada uno aporta lo suyo. Usted utiliza el sexo como descarga sexual y no le da tiempo a su esposa para que sienta el deseo. Y ella vive el sexo como una obligación y en lugar de desear, tiene una conducta evitativa que la llena de culpa.
El -En realidad, yo no lo veo así. Para mí el problema es de ella. La prueba está en que cuando éramos novios todo le parecía  bárbaro, y eso que ahí lo hacíamos por lo menos tres veces a la semana. ¿Cómo es la cosa? ¿Ahí yo no tenía un problema de ansiedad?
Ella -Ya te lo expliqué, quizás lo tenías, pero yo no me daba cuenta, o tal vez  te apareció ahora, como me apareció a mí.
Yo -No sé cómo era antes. Lo cierto que ahora se ha establecido una estructura de exigencia- culpa- evitación y exigencia que hay que romper. Solo así podrá recuperarse el deseo. Y esa estructura está sostenida por ambos.
Recién en ese momento él pareció comprender que el tratamiento era para la pareja y no para uno, individualmente . La próxima sesión se realizó a los quince días y ya se habían producido cambios importantes. Ambos habían trabajado activamente para la relación sexual. Habían planificado en conjunto cómo pasar ese día. Pidieron a una de las abuelas que se hiciera cargo de la nena y se quedaron en la casa solos. Habían comprado aceites corporales, champaña, guindas, helados. El se había encargado de traer música y ella se compró ropa interior especial para esa ocasión. Según dijeron, la pasaron muy bien juntos,
¡como en los mejores tiempos!. Ahora restaba hacer el trabajo individual con cada uno de ellos. El debía poder diferenciar la excitación por ansiedad,  de la otra, y resolverlas de manera diferente. Ella todavía tenía que poder unir dentro de ella la imagen de madre y la de mujer.
Es importante aclarar que poner un día para practicar sexo, lejos de una limitación o una obligación es una manera de estimular el deseo. Porque una fecha no significa que ese día sea el único que se pueda tener sexo, pero sí implica pensar en el acto y prepararse para él , dando la posibilidad de que ese momento se convierta en una verdadera fiesta para los sentidos. Así como la gente disfruta de antemano con la preparación de una fiesta cualquiera, ésta debe permitir que la pareja esté mejor armada. Que no sea una relación a la ligera, sino un verdadero acto donde entran en juego todos los sentidos. Sabiendo de antemano que van a tener relaciones sexuales, pueden buscar la ropa adecuada, la comida, la música y los videos que les gusten. Además, da la oportunidad de librarse de molestas interrupciones o actividades posteriores que los apuren.
Estas estrategias son formas de alentar a la solución de un problema cuando es debido a cortocicuitos en la relación. En cambio, cuando el problema es más específico, como de eyaculación precoz, frigidez en la mujer u otros, es recomendable que consulten a un sexólogo.

PARA REFLEXIONAR
Ante esta problemática, bien vale hacerse algunas preguntas:

  • ¿Estoy  deserotizado con mi pareja o en general?
  • ¿Miro a otras personas del sexo opuesto?
  • ¿Creo que mi pareja hace o deja de hacer cosas que me estimularían
    sexualmente?
  • ¿En que otras circunstancias estuvo deserotizado/a?
  • ¿Cuál fue el motivo en aquella oportunidad?

    TRABAJOS A REALIZAR
    Es interesante poner en marcha las siguientes tareas para volver a encontrarse sexualmente y con deseo:
  • Establecer un día fijo a la semana para hacer el amor. Cada uno deberá ocuparse durante la semana de ciertos aspectos para  enriquecer la situación erótica, aportando ideas para la comida de ese día, la bebida para brindar, la música, etc.
  • Días antes o ese mismo día, hacer masajes y reconocimiento corporal no coital (para relajarse pero sin que implique una exigencia) y reconocimiento de puntos eróticos.